Es martes y dan casi las 4 de la tarde. Sofy cierra la puerta de enfrente con llave del club de nutrición para dar por terminado el día laboral de hoy. Se marcha con el playlist de la clase de esta tarde sonando en sus auriculares pegados a sus oídos. Mientras camina hacia el carro mueve sus brazos, da una patada, un brinco, un movimiento de cadera. Ya los dueños de tiendas vecinas están acostumbrados a sus bailes de camino al auto. Mira otra vez la hora en la pantalla de su celular, 4:03 pm. Ve en el fondo a Maxi y a Cereza. Se le dibuja una sonrisa en el rostro. Sí, está justo donde siempre quiso. Eso Nestor no lo entendería.
Estábamos de camino al hospital a llevar a don Papo, el padre de Marcos, que se había caído del palo de china en el que estaba trepado cortando las ramas. Decía que le dolía mover la pierna y temíamos que estuviera rota. Rosie, la madre de Marcos y esposa de don Papo me llamó cuando Marcos no contestaba el teléfono. Llegué a la casa justo cuando Marcos por casualidad llegaba ajeno a la situación. Rosie no armó un escándalo, si hubiese sido mi madre hubiese pegado el grito en el cielo… o si hubiese sido yo. Solo dijo suavemente: <<Uno se muere y tu no apareces>> <<Contigo se puede ir a buscar la muerte>>.
Sonreí con vergüenza ajena y a Marcos la cara se le pintó de varios tonos rosados. Creo que esta fue la espinita que desató todo.
Entramos al carro, Rosie a mi lado, Marcos con su papá en la parte trasera. Estaba nerviosa… el pobre don Papo no paraba de quejarse. Rosie trataba de animarlo.
<<Ya estamos llegando>>
<<La próxima vez deja al palo pelú>>
<<Ya mismito te ponen una pata nueva>>.
Para tratar de cambiar el tema, Rosie empezó a hablar y contaba anécdotas de cuando ella y don Papo eran más jóvenes. No era la primera vez que don Papo se rompía algo. De pronto, la espinita se convirtió en rosal y Marcos explotó: <<Ya deja la bendita cantaleta. Me tienes mareado y el puto aire ese no echa paca atrás>>.
Todos en el carro nos quedamos de una pieza. Lo miré por el retrovisor con los ojos apunto de salir por el espejo. En los seis meses que llevábamos saliendo nunca lo había escuchado así.
<<Ay, esa canción me gusta>> dijo Rosie alzando el volumen del radio como quien no quiere la cosa y como si Marcos no hubiese gritado y esos episodios fueran habituales.
Era un arreglo de flores precioso. Estaban todas las flores favoritas de Debbie y las que ella aún no sabía que eran sus favoritas. Dos girasoles amarillos como el sol. Rosas anaranjadas y rojas. Eucaliptos, claveles naranja y una orquídea blanca. Ella lo miró con una sonrisa perlada agradeciendo el gesto del arreglo. Le dio un abrazo y abrió el sobre rosado con la tarjetita dentro.
<<Feliz cumple, Devy>>
Ahí estaba su nombre mal escrito. Sintió penita. No sabía si corregirlo en ese momento y sentirse malagradecida o si simplemente dejarlo pasar. ¡Pero, caramba, su nombre no era TAN difícil de escribir! Todavía años más tarde recuerda su nombre con v en vez de b.
Kiki se vestía rápidamente en un cuarto dormitorio que no era el suyo. Había pasado la noche con Fabi en una aventura imprevista. Claro, llevaban ya varios meses hablando por teléfono y Facetime luego de su intercambio de datos en el Club Hot Dark en el party de solteros en San Valentín, pero no era como que hablaban diariamente, aunque ella admitía que si más de lo normal. Le encantaba como ella la hacía sentir.
Salieron a desayunar con unas amistades de Fabi. Kiki fue presentada como amiga. No mostró cómo eso le incomodaba. Ellas no eran nada oficial, a pesar de haber intercambiado fluidos la noche anterior. Trató de dejarlo pasar. Hasta que Derrick y Yessi empezaron a hablar de Nenna.
<<¿Todavía ves a Nenna? Ayer me estaba hablando de ti.>>.
<<Claro que todavía se ven. El otro día en casa la llamó como 4 veces.>>.
<<Ustedes eran la pareja mas cute.>>.
<<Estas todavía cucu por ella, admítelo.>>.
Para Kiki todo cobraba sentido.
Es apuesto e inteligente, la combinación perfecta para ponerte de pies a cabeza. Y es que no es la belleza típica de revista o cine, es la belleza que te atrae desde que tienes 8 y le escribías cartitas a Pablo.
Soy linda?
Si? No?
No sabes de la vida de Pablo, poco te interesa. Ahora solo le das toda la atención a John y su visión intelectual de la vida. Podrías pasar horas escuchándolo. Miras el reloj. 2:36 pm. ¡Mierda! La clase de Biol I era a las 2:30 pm y te toma 10 minutos llegar.
No es que no sea celosa. Es que no soy una celosa compulsiva, las famosas gatas psychos. Pero cuando algo me huele es porque la brasa está caliente y asan carne. Siempre he sido así.
Como cuando algo me decía que fuera a la aplicación de fotos en el celular de Xavier. No quería ser entrometida pero algo me seguía empujando los dedos mientras pretendía jugar en su celular. Hasta encontrar las fotos de la rubia que parecía tener la misma edad que él. Sus pechos descubiertos en una foto. Su cara junto a la del en otra.
Yo era una chiquilla a su lado… a la que creía que le podía tomar el pelo.
Los martes a las 4 de la tarde siempre es la misma rutina salir del trabajo a toda prisa. Cambiarme el pantalón de vestir por licras entre medio de luces rojas y cambiar mi polo con el sello de la compañía a una t-shirt oversized. Los martes siempre uso sports bras aunque se me apriete hasta el alma pero todo sea por llegar a ese peso ideal plasmado en la pizarrita blanca sobre la puerta de mi habitación. Pero no es capricho, ¡qué va a ser! ¡No! Es que ese es el peso que necesito para verme igualita a mi retrato de undécimo junto a Andrés. Tengo 24 años, soltera y sin hijos, puedo hacerlo. No le hago caso a las necedades que hablan la gente de que uno no vuelve a ser como se veía a los 15. No, yo me veré mejor. De pronto, veo al tipo del carro de al lado casi salirse los ojos. Me caso en ná, ¿será que hoy también me dejé el brasier de terciopelo y no el bendito sports bra? Verifico. Nah. Es el sports. ¿Qué mira tanto entonces? Le hago una mueca de desaprobación mientras saco mi lengua. Se pone un poco nervioso y luego me muestra su celular. ¡Ay, padre! La luz cambia a verde y salgo a las millas de chaflán. Olvido al hombre creepy y me devuelvo a los recuerdos de high school con Andrés. Mi Andrés de pelo perfecto, inglés envidiable y cuadritos en el abdomen. Todavía sigue igual de sabroso que cuando tenía 16, bueno mejor, porque ahora tiene pepas de aguacate en los brazos.
Ya verás, Lorenita, ya verás como esta vez sí que se te da con Andrés.
Tenía 15 años. Estaba en el ensayo antes del concierto de la banda escolar.
Un, dos, tres
Un, dos, tres
Mister Ramírez lideraba con su guitarra y nosotros sentados en cuatro líneas de sillas formando círculos entonábamos o tocábamos.
UuuUuuu
AaaaAaaa
Sentí el rose de la mano de Karina. Un escalofrío se coló por mi entrepierna. Como si ella lo hubiese sentido, me sonrió mientras más duro dejaba salir sus Aaaas. Al concluir el ensayo, me habló por primera vez. Mi barriga sentía cosas que nunca había sentido antes. Karina era Senior. La mayoría la conocía, no por ser precisamente la clásica chica popular, si no porque era la soprano, la capitana del equipo de voleibol, la nerd que iba a las Olimpiadas de Matemáticas, la overachiever. Ambas acomodábamos las flautas en el armario atrás del salón. Nuestras manos volvieron a tocarse. Sentí impulsos eléctricos que viajaban por todos lados en mi cuerpo. Removí mi mano casi al instante. Ella me la volvió a agarrar al percatarse que estábamos solas en el salon. Me sonrió y tiernamente acarició mis dedos. No había sentido tanto antes en cuestión de minutos. Asustada, solté el agarre y me escondí detrás del armario con el corazón saliéndose del pecho. Allí me dio mi primer beso. Mi primer beso en la vida.
Ochenta. Aunque no lo escuchas, el móvil no para de vibrar. Cuando el playlist culmina y paras de trotar, te fijas en las llamadas perdidas. ¡Anda!
Te pintas los labios en el espejo del visor de tu auto mientras esperas a que lleguen con tu comida. Pediste una hamburguesa con patatas fritas sin sal, porque hay que cuidar la presión arterial y, de una vez, pediste un smoothie de frutas pero la que incluye la espinaca porque, ¡hello!, la cintura. Pero como siempre hacen en este restaurante de comida rápida cuando pides un smoothie, esperas en el estacionamiento por el pedido. Te lo entrega el tipo más apuesto que hayas visto en meses. Tiene la camisa más apretada de lo que te gusta, pero esa barba que le cubre la cara y parte del cuello, y no está descuidada para nada, ¡ay!, te tiene embelesada. Te entrega la batida con una sonrisota. Ay qué dientes, eres una blandita para la boca. Te lames los labios. ¿Es en serio? ¿Te acabas de lamer los labios? Te das cuenta que él se da cuenta de lo que está pasando. Lo ves en su sonrisa y en esos ojitos. Ay, Dios amado, este muchacho debe ser como seis años menor que tú. Ni arrugas en los ojos ni líneas de expresión tiene.
<<Soy Jari.>> te dice. Solo cabeceas que sí. <<Siempre te veo aquí en el almuerzo y por fin me atreví a traerte el smoothie yo>>.
<<¿Qué edad tienes? >> lo interrumpes porque no quieres ir arrestada por salir con un menor de edad. Notas en la cara que pone que le sorprendió la pregunta.
<<25.>> te dice.
<<Uff.>> respiras aliviada. Es hasta dos años mayor que tú. Debe ser de esos con babyface. Buscas en tu cartera por un bolígrafo pero no lo encuentras. ¡Qué se chave! Lápiz labial será. En una de las servilletas que encuentras en la bolsa marrón con tu comida, escribes tu nombre con número de teléfono y se lo entregas.
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